martes, 9 de octubre de 2007

Héctor y Andrómaca

Al momento llegó a su morada repleta de gente.
Mas no estaba la de níveos brazos, Andrómaca, en ella, pues con su hijo y la sierva de peplo precioso había ido a la torre a gemir y verter copiosísimas lágrimas.
Y como Héctor no halló a su excelente mujer en la alcoba, se paró en el umbral y a las siervas habló de este modo:
-Escuchadme, ¡oh esclavas! Decid la verdad al momento. ¿Dónde la de los brazos nevados, Andrómaca, ha ido? ¿A ver a mis cuñadas o hermanas de peplos hermosos? ¿O fue al templo de Atenea en el cual las troyanas de bellas trenzas ya se han reunido a aplacar a la diosa terrible?

Y la fiel despensera repuso con estas palabras:
-Héctor, ya que nos mandas decir la verdad, no se ha ido a ver a tus cuñadas o hermanas de peplos hermosos, ni fue al templo de Atenea en el cual las troyanas de bellas trenzas ya se han reunido a aplacar a la diosa terrible, sino que fue a la torre grandiosa de Ilión, porque supo que los teucros perdían y fuerte era el ímpetu aqueo. Como loca anhelante, se fue a la muralla corriendo y con ella marchó la nodriza que el niño llevaba.
Dijo así la intendenta, y salió Héctor de su palacio.
Por las calles bien hechas se fue desandando el camino. Cruzó así la anchurosa ciudad, y cuando hubo llegado a las Puertas Esceas, por donde se iba al combate, corrió Andrómaca a él, la mujer por quien hubo pagado tan preciados presentes, la hija de Etión el magnánimo, que vivía en la falda arbolada de Placo, en la Tebas de Hipoplamia, y reinaba entre todos los hombres cilicios; y el gran Héctor del casco brillante casó con su hija.
A su encuentro acudió y derás de ellas marchó la nodriza que a sus pechos llevaba a su hijo, un chiquillo, muy tierno, el Hectórida amado, como una magnífica estrella a quien Héctor llamaba Escamandrio, y los otros llamaban Astianacte, pues sólo por Héctor Ilión se salvaba.

Sonreía en silencio el gran Héctor, mirando a su hijo, y con llanto muy grande a su lado detúvose
Andrómaca, lo tomó de la mano, y nombró con sus nombres y dijo:
-¡Desgraciado! Te habrá de perder tu valor. No te apiadas de tu hijo tan tierno y tampoco de mí, ¡oh desdichada!, viuda pronto porque los aqueos te habrán de dar muerte, porque todos caerán sobre ti y preferible sería para mí descender a la tierra, pues si te murieras no tendría consuelo jamás, sino sólo pesares puesto que se murieron mi padre y mi madre augustísima. Que ya Aquiles divino ha quitado la vida a mi padre al tomar la ciudad populosa del pueblo cilicio, Tebas la de altas puertas, en donde dio al rey Etión muerte, pero sin despojarlo, pues tuvo temor en el ánimo; su cadáver quemó y con él todas sus armas labradas; le alzó un túmulo en torno del cual las oréades, hijas del que lleva la égida, Zeus, bellos olmos plantaron. Siete hermanos yo tuve en el palacio también y los siete a la casa de Hades bajaron el mismo día; les dio Aquiles, el de pies ligeros, a todos la muerte entre nuestros flexípedes bueyes y blancas ovejas. A mi madre que al pie del selvático Placo reinaba, trajo aquí juntamente con cuantos tesoros teníamos y le dio libertad cuando obtuvo un inmenso rescate, pero Artemis flechera la hirió en mi palacio paterno. Héctor, tú eres ahora mi padre y mi madre augustísima y mi hermano también; eres tú mi marido florido. Ten piedad de nosotros y quédate aquí en esta torre; no me dejes sin padre a tu hijo y viuda a tu esposa. Llévate hasta la Higuera a las tropas, que es más accesible la ciudad desde allí, y es posible escalar las murallas. Por tres veces su asalto intentaron los hombres más bravos, los Áyax y también lo intentó Idomeneo el famoso, los Atridas y el hijo del muy valeroso Tideo; alguien que los oráculos sabe lo habrá sugerido, o quizás ha sido su corazón con su impulso y sus órdenes.

El gran Héctor del casco brillante repuso diciendo:
-Yo también he pensado estas cosas, mas grande vergüenza sentiría ante teucros y teucras de peplos holgados si me vieran huir de la lucha como hace un cobarde. A ello no me da pie el corazón, que aprendí a ser valiente siempre y supe luchar con los teucros delante de todos, deseando la gloria inmortal de mi padre y la mía. Bien mis mientes lo saben y mi corazón lo presiente; día habrá de llegar en que Ilión la sagrada perezca, Príamo y también el pueblo lancero de Príamo. Mas no tanto me inquieta el futuro fatal de los teucros, ni la vida de Príamo el rey, ni aún la vida de Hécuba, ni la de mis hermanos que tantos y tan valerosos en el polvo caerán a los golpes de nuestro enemigo, como tú, cuando algún hombre aqueo vestido de bronce se te lleve llorosa y de tu libertad se apodere. Quizás en Argos habrás de tejer tú para otras las telas, tal vez vayas por agua a la fuente Mereida o Hiperea, contrariada porque sobre ti pesarán estrecheces. Y quizá si llorar te ve alguno, dirá al ver tu llanto: “Fue mujer de Héctor, el más valiente de todos los teucros domadores de potros, luchando delante de Troya”. De este modo hablarán y tendrás una pena profunda por perder a quien pudo librarte de tu servidumbre. ¡Ojalá mi cadáver lo cubran montones de tierra antes que oiga tus gritos o vea en qué forma te arrastras!

Así dijo, y los brazos al niño tendió el noble Héctor.
Mas volvió al punto al seno del aya de hermosa cintura, dando gritos, porque le asustaba el aspecto del padre, temeroso del bronce y la crin caballar del penacho que ondeando terrible veía en lo alto del yelmo.
Sonrieron el padre y la madre augustísima al verlo. Al momento el gran Héctor quitó de sus sienes el casco que dejó sobre el suelo, lanzando brillantes fulgores.

A su hijo querido besó y acunó entre sus brazos, y rogó de este modo a Zeus padre y a todos los dioses:
-Zeus y todos los dioses, hacedme que sea mi hijo como yo, y se distinga entre todos los hombres troyanos, e igualmente esforzado y que reine de Ilión soberano. Que de él digan: “Es aún mucho más valeroso que el padre”, al volver de la guerra con cruentos despojos de un héroe abatido por él, y dé al pecho materno alegría.
Dijo, y al niño puso en los brazos de su esposa amada, y ella aún, al llevarlo esta vez a su seno aromado, sonreía y lloraba. Y sintió compasión el marido: con la mano le hizo caricias nombrándola y dijo:
-¡Desdichada! Que tu corazón no se aflija en exceso porque nadie podrá contra el hado arrojarme en el Hades y el destino no puede evitar ningún hombre nacido y para ello no importa que sea cobarde o valiente.
Vamos, vuelve a la casa y ocúpate de tus quehaceres del telar y la rueca y ordena a las siervas que sigan sus labores, que de las batallas cuidamos los hombres, los que en Troya nacimos y yo, sobre todo, el primero.

Dijo, y el noble Héctor se puso el casco de crines de caballo, y su esposa querida volvió al palacio, mas volviendo su rostro y vertiendo muchísimas lágrimas. Al momento llegó a la morada repleta de gente de Héctor el matador de hombres; muchas esclavas había en la casa y a todas movió a sollozar con su llanto. En su propia mansión a Héctor vivo llorábanlo todas, porque ya no esperaban que de la batalla volviese liberándose ya de la audiencia y las manos aqueas.

Homero. Ilíada. Canto VI (Héctor y Andrómaca)

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