miércoles, 5 de diciembre de 2007

LA VERDADERA HISTORIA DE PENÉLOPE

5ª PARTE

Quedaron en un pub del centro de la ciudad. A las 6 en punto Icario esperaba ante la puerta con impaciencia. Sólo había visto a Penélope a través de fotos, pero era tan guapa… Estaba nervioso y caminaba de un lado a otro casi sin control. Penélope llegó en taxi. Llevaba unos vaqueros y una chaqueta roja. Su pelo suelto volaba con el viento. A pesar de su aspecto desarreglado proyectaba una gran elegancia. Ella se acercó a Icario con pasos pequeños y se quedó mirándolo fijamente antes de empezar a llorar de nuevo. Él la abrazó con mucha fuerza como si le fuera la vida en ello.
-¿Entramos?- dijo ella secándose las lágrimas.
Él asintió con la cabeza y entraron. Era un local tranquilo. A esas horas de la tarde sólo había dos parejas más en las primeras mesas que se distinguían. Ellos buscaron más intimidad y pasaron al fondo. Allí pasaron dos horas hablando y hablando. Icario intentaba eludir el tema de Ulises y hacerla reír. Era un hombre maduro pero muy atractivo. Su voz sonaba tan protectora que Penélope se sintió mejor, mucho mejor. No quería volver a casa, volver a quedarse sola, volver a la realidad, pero tenía que hacerlo.
-Es tarde, ¿nos vamos?-dijo Penélope.
-Por supuesto, te llevo. Tengo el coche aquí al lado- contestó él.
-No, de verdad, pediré un taxi.
-De eso nada. Te llevo y no hay nada más que decir- dijo él sonriendo.
Había anochecido y el frío se había apoderado del entorno, así que caminaron acurrucados y con paso ligero. Veinte minutos después estaban ante la puerta de aquel ostentoso número 24. Icario detuvo el coche y se quedaron charlando un rato más. Cuando Penélope decidió que ya era hora de entrar, llegó el momento de la despedida. Icario no lo dudó y se acercó lentamente mirándola a los ojos. Los dos lo deseaban y se besaron. Él empezó a acariciarle el pelo y ella sintió un escalofrío. No era un escalofrío por la pasión, por la ternura, por amor… todo lo contrario, era rechazo. Él siguió insistiendo. Apartó el pelo de su cara y deslizó sus labios hacia el cuello… Ella sintió, incluso, repulsión. Eso era sentirse sucia, no lo que sentía cuando la besaba Ulises. No era por Icario, era por ella. Se apartó con las lágrimas resbalando por sus mejillas.
-No puedo hacer… de verdad que no- fue lo único que dijo antes de salir corriendo del coche.
Se sentía peor aún que horas atrás. Había besado a otro hombre, a un hombre que no era su marido. Y lo peor es que lo había hecho cuando su marido estaba desparecido. Era la peor persona del mundo. Volvió a llorar toda la noche. Deseaba con toda su alma que Ulises volviera, que estuviera bien, que no la abandonara… Lo necesitaba. Entonces comprendió que lo amaba, que lo quería con toda su alma, que solo estaba dolida con él. Que estaba resentida porque la había abandonado, porque la había dejado sola, muy sola. Porque había preferido trabajar largas horas de reportero que estar con ella, junto a ella y hacerla feliz. Se había empeñado en hacerse la fría. Se había empeñado en encerrarse en sí misma, en aislarse en su burbuja, en cambiar su actitud con Ulises. Ahora estaba arrepentida. Quería volver atrás, vivir feliz con su marido. Hablar con él, recuperar el tiempo perdido. Pero la angustia le cubrió con su manto ¿y si ya no era posible? Le había hecho falta entrar en el ciberespacio y llegar a la situación de esa noche para darse cuenta de todo esto. La mente humana es sin duda muy curiosa.
Esa noche tampoco pudo dormir. Estaba viviendo una auténtica pesadilla. Lloraba y lloraba. Solo quería volver a sentir el cuerpo cálido de su marido a su lado, su característico olor dulce.
Hay quien dice que si deseas algo con todas sus fuerzas se cumple… A las seis de la mañana sonó el teléfono. Penélope lo cogió rápidamente imaginándose lo peor. Era Andrés y al oír su voz le dio un vuelco el corazón. Sin embargo, las noticias eran excelentes. Ulises había aparecido. Volvería a la mañana siguiente. Al parecer lo habían rozado con una bala y lo habían hospitalizado. Y ya se sabe, la batería de los móviles se acaba cuando más los necesitas.
Penélope estaba eufórica y nerviosa. Ulises era el hombre de su vida y lo volvería a tener a su lado en pocas horas. Se sentía como una adolescente enamorada, como si se tratase de la primera cita.
Se levantó y se dirigió a su gran armario. Quería estar deslumbrante y finalmente lo consiguió tras pruebas y más pruebas de ropa. Cuando se encontró frente a Ulises sintió mariposas en el estómago.
-Te he echado tanto de menos- le dijo.
-Y yo a ti. He pensado que soy un inmaduro, un loco, un rebelde sin causa… Prometo no volver a hacer tonterías.
-Eso espero- contestó ella regalándole su mejor sonrisa.
Se besaron con más pasión que nunca.
-Tengo que decirte algo- dijo él.
Penélope no pudo evitar que sus ojos se llenaran de lágrimas. Ella también tenía que decirle algo, sin embargo no dijo nada.
-Penélope, sólo quiero haceros feliz a ti y a Telémaco… He decidido aceptar el trabajo de redactor jefe que me han ofrecido. Son menos horas de trabajo y mucho menos peligro… no quiero separarme de vosotros nunca más- continuó él.
Se abrazaron fuertemente. Ahora empezarían de cero. Ahora iban a ser todo lo felices que no habían sido en los últimos años… o tal vez no. Penélope reunió las fuerzas y dijo:
-Yo también tengo algo que decirte.
Quizá su mirada la delató… Ulises le miró fijamente y le sonrió.
-No creo que me haga más feliz… así que no quiero saberlo.
Fueron las últimas palabras que sonaron en la habitación antes de que volvieran a fundirse en un apasionado beso.
-Por cierto- dijo ella con decisión- creo que internet no es tan útil como la gente dice, ¿y si nos damos de baja?

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